Las Reservas de la Biosfera han sido
definidas en el marco del Programa “El Hombre y la Biosfera (MaB, en sus
siglas en ingés) de la UNESCO
y se aplica a territorios que albergan
importantes valores naturales, a los que se suma el patrimonio cultural existente,
y donde la población manifiesta la voluntad de aplicar un modelo de desarrollo
respetuoso con dichos valores.
Una vez citado este marco formal,
iremos dando pinceladas para perfilar la idea de una figura que es
polifacética. El eje vertebral sobre el
que se articula el enfoque de las Reservas de la Biosfera, desde sus inicios,
es el compromiso. El primer compromiso que se pone en juego es el de la
población local, que acepta implicarse en un modelo de desarrollo compatible
con los valores de ese territorio y su conservación a largo plazo. Se puede
decir que la esencia de una Reserva de la Biosfera y su diferencia con un espacio natural
protegido radica en:
1. Que se solicita por iniciativa
del país y con la implicación desde el inicio, o a propuesta, de las
poblaciones locales.
2. Que incluye un proyecto de
desarrollo sostenible compatible con la conservación.
3. Que se articula sobre la base
del compromiso voluntario, más allá de lo que exigen estrictamente las leyes.
A este “club” a nadie se le obliga a formar
parte, es opcional, se quiere o no se quere pertenecer a una Reserva de la Biosfera.
En torno a estas ideas básicas se
dan muchos matices y también situaciones muy diferentes a la hora de llevarlo a
la práctica, ya que es una figura muy flexible que no establece una receta
cerrada de lo que se puede hacer y no se puede hacer. El carácter de flexibilidad, que permite un amplio abanico de
experiencias prácticas, es uno de los principales valores de esta figura.
En cuanto a la estructura
territorial, debe contar con tres tipos de zonas:
1. Una zona núcleo, que debe estar bajo el amparo de una figura de
conservación de la legislación nacional del país correspondiente. En el caso
español tiene que ser un espacio natural protegido (como se define en la Ley 42/2007).
2. Una zona tampón, que amortigüe
los efectos de las actividades humanas sobre las zonas núcleo. Es decir, a modo
de “escudo protector” del núcleo, cuyo radio de acción depende en cada circunstancia.
3. Una zona de transición,
suficientemente amplia, donde se promuevan actividades económicas a favor de
las poblaciones locales; de la misma manera que se vienen efectuando
habitualmente y mejorándolas en función de las nuevas tecnologías siempre que
sea posible.
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